sábado, 7 de noviembre de 2009

NOVIEMBRE

Tradicionalmente, el mes de noviembre está especialmente dedicado a la memoria de los difuntos. Aunque vivimos inmersos en la asimilación de tradiciones tan ajenas como Halloween, todavía se conservan -por estas tierras- las visitas a los camposantos para adecentar sepulturas y recordar a nuestros seres queridos. Mientras estemos aquí para recordarlos, no desaparecerán.
Los cementerios no son, por regla general, un lugar muy agradable en el que pasar la tarde. Si bien, más tarde o más temprano, terminamos visitándolos de una forma u otra. De todas maneras, cuando he visitado el camposanto sevillano -el Cementerio de San Fernando- no he podido dejar de fijarme en la cantidad y calidad de escultura funeraria que en él se encuentra. Es como un museo al aire libre, museo no exento de leyendas y tradiciones como es habitual en la capital hispalense.

Preside este singular recinto el llamado "Cristo de las Mieles", obra del insigne escultor sevillano Antonio Susillo (1857-1896). La tradición nos cuenta que, poco después de ubicarlo en la rotonda en la que se encuentra (1880), empezó a brotar de su boca tal cantidad de miel que llegó a cubrirle gran parte del pecho, dando la sensación que se trataba de sangre. Una vez descubierto el panal construido en la boca de la imagen de bronce, el misterio quedó resuelto. Sin embargo, lo que todavía no ha quedado del todo claro son las circunstancias que propiciaron la muerte del escultor. El caso es que, Antonio Susillo, el gran escultor formado en París y Roma, ganador de numerosos premios por la gran calidad de su obra, gran parte de la cual se conserva en la calles sevillanas, se suicidó con una pistola junto a las vías del ferrocarril en la más completa de las soledades un frío 22 de diciembre. Sólo tenía 39 años.

La tradición añade que fue enterrado en terreno sagrado gracias a la realización de este magnífico Crucificado, a los pies del cual descansa.

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