domingo, 2 de mayo de 2010

EL DISCURSO DE LA VERDAD


Pocas biografías han inspirado a tantos artistas como la del noble sevillano  D. Miguel de Mañara y Vicentelo de Leca (1627-1679). Aunque, en honor a la verdad, a Zorrilla, Tirso de Molina, Lorenzo da Ponte (libretista de Mozart), Byron, Molière, Richardson, Espronceda, Dumas, Azorín... lo que realmente les inspiró fue la leyenda de Don Juan que, probablemente, tenga su origen en el testamento de Don Miguel: “Yo, don Miguel Mañara, ceniza y polvo, pecador desdichado, pues lo más de mis logrados días ofendí a la Majestad altísima de Dios, mi Padre, cuya criatura y esclavo vil me confieso. Servía a Babilonia y al demonio, su príncipe, con mil abominaciones, soberbias, adulterios, juramentos, escándalos y latrocinios; cuyos pecados y maldades no tienen número y sólo la gran sabiduría de Dios puede numerarlos, y su infinita paciencia sufrirlos, y su infinita misericordia perdonarlos”.
La leyenda nos cuenta la historia de un pecador lujurioso y noctámbulo que se encuentra, al regresar de sus correrías, en una oscura calle de la Sevilla barroca con un cortejo fúnebre. Tras desvelársele que, en realidad, es su propio entierro, el pecador se arrepiente de su disipada vida y dedica el resto de sus días a los menos favorecidos de la decadente ciudad andaluza. En realidad, ni Don Miguel fue el crápula que él mismo asegura ni fue testigo de semejante espectáculo. Todo hay que ubicarlo en la mentalidad propia del s. XVII y en la religiosidad de un personaje que, después de fallecer su amada esposa, inicia una profunda reflexión sobre el sentido de la vida. Por si tuviéramos dudas sobre la visión que tiene Mañara sobre sí mismo, su epitafio las aclara: "Aquí yacen los huesos y cenizas del peor de los hombres que ha habido en el mundo. Rueguen a Dios por él." Para acceder a la Iglesia de S. Jorge (anexa al Hospital de la Sta. Caridad, sede de la Hermandad del mismo nombre de la que fue Hermano Mayor Mañara) es inevitable pisar la lápida donde aparece dicha inscripción.
Fruto de esa reflexión es la obra que da título a la entrada y de la que os traigo un sugerente pasaje: "Si tuviéramos delante la verdad, esta es, no hay otra, la mortaja que hemos de llevar, viéndola todos los días, por lo menos con la consideración, de que has de ser cubierto de tierra y pisado de todos, con facilidad olvidarías las honras y estados de este siglo; y si consideras los viles gusanos que han de comer ese cuerpo, y cuan feo y abominable ha de estar en la sepultura, y cómo esos ojos, que están leyendo estas letras, han de ser comidos de la tierra, y esas manos han de ser comidas y secas, y las sedas y galas que hoy tuviste, se convertirán en una mortaja podrida, los ámbares en hedor, tu hermosura y gentileza en gusanos, tu familia y grandeza en la mayor soledad que es imaginable." El texto íntegro se puede consultar en este enlace.
También fruto de la misma obra son los dos famosos cuadros de Valdés Leal  que inician el recorrido iconológico de la magnífica e intensamente expoliada por las tropas francesas del Mariscal Soult (el gran ladrón de Sevilla) Iglesia de San Jorge. Los dos cuadros (que aparecen al final de la entrada), le valieron al pobre Valdés el título de "pintor de la muerte" cuando, en realidad, sólo plasmaba las reflexiones de D. Miguel.
Sea Mañara o no el origen de la leyenda de D. Juan, sí es cierto que la leyenda está saturada del espíritu religioso y teatral propio del barroco. En la ópera Don Giovanni de Mozart, la espectacular escena del Comendattore da pie a un último sexteto que otorga el final moralizante propio de la época. Hace muchos años tuve la ocasión de ver la ópera en el marco incomparable que nos ofreció la fachada del palacio de Pedro I en el Alcázar de Sevilla. Interpretada por London Mozart Players dentro del V Festival internacional de música y danza, y de cuya traducción íntegra -que todavía conservo después de 23 años- os he extraído la famosa escena:


Completamos el libreto con once versiones de la escena del Commendatore:



























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